La alergia es una respuesta exagerada de nuestro sistema defensivo (sistema inmunológico) ante un agente agresor (alérgeno), que percibe como dañino, aunque en realidad no sea peligroso y que nos provoca distintos síntomas, desde molestias leves a problemas más graves. En la estación en la que nos encontramos, primavera, el alérgeno más común es el polen.
El polen es una sustancia producida por el aparato reproductor masculino de la flor y cuya función es transportar las células espermáticas al aparato reproductor femenino para producir la fecundación y dar lugar al fruto.
Los pólenes que más alergia suelen provocar son los de las gramíneas (hierbas vulgares), el olivo y el fresno que florecen entre abril y julio. Las alergias aparecidas entre febrero y marzo se deben a pólenes de árboles como el pino, el abedul, el fresno o el plátano.
Como consecuencia de la lucha entre el alérgeno (polen) y las armas defensivas del sistema inmunológico (anticuerpos), se liberan una serie de sustancias químicas (histamina, serotonina) que ocasionan los síntomas típicos de la alergia. Estos síntomas, aunque varían de una persona a otra, por lo general suelen coincidir: picor e irritación de nariz con congestión, secreción acuosa y estornudos, picor de ojos con lagrimeo, picor e irritación en el paladar y, en ocasiones, tos y respiración dificultosa con pitos y sibilancias.
Si la causa de la alergia es el polen, debemos evitar, en lo posible, el contacto directo con él. Para ello, podemos adoptar las siguientes medidas:
Se pueden utilizar plantas medicinales que, por su acción antiinflamatoria, contribuyen a aliviar los síntomas de la alergia. Dos de estas plantas son el grosellero negro y la fumaria. Además se pueden utilizar otras plantas para calmar la tos, aliviar el picor o plantas que, al relajar la musculatura de los bronquios, alivian la dificultad respiratoria. Algunas de éstas son el helenio, el llantén, el hisopo y el helicriso. El rosal y la eufrasia pueden aliviar las molestias nasales y de los ojos.